A Jacqu'lynn, firmamento.

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jueves, enero 01, 2009

La sexta cuerda

Correspondiente al viernes, 19 diciembre, 2008

Ese rico espacio para degustar la palatización de lo italiano

En espera para el viaje hacia Berlín

La Haubahnhof en su gloria. Nótese los tonos lumínicos

La capital del territorio que alguna vez fue el Sacro Imperio Romano Germánico estaba ante nosotros. Antes de partir decidimos convidar nuestros estómagos con unas pizzas alemanas, que han cobrado fama a lo largo de los años, como desayuno en pro del deleite.

Arribamos a la Haubahnhof ya en el albor de la tarde, que en el septentrión europeo tal momento del día está sumido en la noche, observamos que al ser un centro reúne a múltiples viajeros por ello los negocios que descansan bajo sus amplios techos de cristal tienen la calidez humana de la dignidad y reparten sus mercancías a un bajo precio. Los protagonistas de The 38 Strings ordenan un par de Gluhweins para calmar el frío. El día anterior, al visitar la pinacoteca de München, uno de los protagonistas, que aún no menciona su nombre pero que los lectores inferirán con sencillez, se duele terriblemente de la pantorrilla derecha, la ropa térmica maltrata sus articulaciones a tal grado que se torna dificultoso usarla, pese a ello continúa en su cobijo, que ahora se torna en agravio, y como la Estación Central de Berlín alberga numerosos establecimientos acudimos en busca de una pomada para el dolor muscular; la chica que atiende, de cabellos rubios y fisonomía estable, nos sonríe al entregar el producto. Frente a un Starbucks de mínima envergadura uno de los protagonistas se sienta y se aplica la pomada en la zona del agravio. Luis comenta que la pobreza se alió a nosotros ya que este modo en que nos resguardamos del dolor, en un sitio concurrido, es apto para tal descripción. Tras un alivio nos encaminamos al hostal en el que nos hospedaríamos dos noches (Nota del editor nuevamente intrusivo: ayer, en München, los protagonistas de la parodia fílmica de Hitchcock transitaron el enorme Parque Inglés de esa ciudad, que según informa la guía turística, es el más grande de la Europa. Sea como fuere la porción de parque que visitamos estaba bañada tenuemente por la nieve. Al norte un río cruza el parque y allá los intrépidos practican surfing. Hay monumentos varios dentro de esta dehesa, como la casa de Roosevelt y una cabaña japonesa de té. Acudimos allí. La cabaña reposa sobre un islote en un lago diminuto. Se entra por un puente inspirado en la arquitectura nipona. Desafortunadamente no pudimos entrar porque el conticinio nos rodeó. Platicaríamos sobre ir a la mañana siguiente, en esta sexta cuerda; no obstante…). En el camino observamos que hay un restaurante mexicano de paso. Los precios de sus convites están fuera de nuestro alcance (¡tres tortillas por treinta pesos!); una leyenda de alcance cotidiano y sonoro estruendo Viva Mexico! (sin la otra admiración) se alza en un muro. Al lado un edificio abandonado, de proporciones enormes, pleno en grafitis, se despliega: bordeado por una reja de largas dimensiones llamamos a este edificio La oficina del terror de Berlín, desde la que se despachan hombres grises, como lo pensó Michael Ende, a los millares humanos. Entramos al hostal poco después, uno de los protagonistas de The 38 Strings no soporta más el dolor muscular por lo que un descanso obligó a los ánimos a recorrer más allá de lo evidente.

Un menú rápido, turco

Una cena en un establecimiento turco, en el que uno de los meseros gesticulaba en un inglés característico, nos devuelve la paz en medio de un frío abrumador. Nos preparábamos para descansar: los germanos, que aman y amaron a los griegos, considerándolos inclusive sus ancestros, levantaron un inmenso complejo llamado Pérgamo, ciudad de uno de los hijos de Hércules. Quiso transformarse en museo. Mañana nos dirigiríamos allá.

La famosa cerveza bábara en compañía de una Currywurst